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4 mayo «La pingada del mayo» en Covaleda

Descripción

El último día de abril o el primero de mayo es costumbre en muchos pueblos de Castilla y León colocar en la plaza, en la explanada de la iglesia o ante el frontón de pelota un gran árbol adornado que recibe el nombre de mayo.

Se cree que la pingada del mayo proviene de tradiciones celtas, perdurando en la Celtiberia ibérica, especialmente en su núcleo central en torno al Sistema Ibérico, pero también en zonas como Navarra, tanto al sur como al norte, Galicia y otras comarcas de Castilla-La Mancha.

Dicha tradición, que básicamente consiste en levantar un árbol alto y esbelto, de la especie que más abunde en cada municipio, se adentra en Europa llegando hasta Alemania o República Checa.

La costumbre, como el propio nombre indica, se debe realizar en mayo, normalmente el primero de mayo.

Todos los pueblos, a lo largo de su historia, han sentido admiración por el renacer cíclico del mundo vegetal, por el final del invierno y el comienzo del buen tiempo, cuando la mayor parte de las plantas fructifican. Dentro de esta mentalidad, mayo es concebido como el mes del esplendor de la vegetación, el mes de las fiestas y el mes amoroso por excelencia. La tradición de pingar el mayo forma parte de una serie de ritos encaminados a conseguir una cosecha abundante, a celebrar el fin del invierno y a festejar la recolección de los primeros frutos.

El mayo, que oscila en altura, siempre consigue sorprender a los visitantes. En unos pueblos era el árbol más alto del pueblo, en otros los quintos (mozos que en ese año eran sorteados para hacer el servicio militar obligatorio) se reunían para deliberar y decidir el mejor ejemplar, pero actualmente suele ser el que toca en suerte tras una donación municipal. Los jóvenes acudían a la tala con un carro tirado por bueyes para arrear el mayo hasta el lugar donde sería pingado entre cánticos y bailes populares.

 

Conseguir la verticalidad del mayo era (y es) tarea compleja. Se servían de maromas, horquillas, tijeras, cuñas y escaleras. Cuando necesitaban refuerzos solían ser los casados los que echaban una mano, de lo que da fe el dicho: «Vítores a mayo que te empinaron, pero fue con la ayuda de los casados». En algunas comarcas, una vez descortezado el árbol, se untaba de jabón o manteca para que quienes pretendieran encaramarse hasta la picota lo tuvieran difícil.

Algunos jóvenes, en un gesto de hombría, pretendían demostrar su destreza trepando para conseguir el obsequio, que consistía en frutas, flores o ramas del propio mayo. Una vez pingado, los solteros y las solteras danzaban alrededor del mayo sosteniendo cintas, a la espera de que se entrelazaran con las de su amor esperado. De las consultas realizadas a nuestros mayores al respecto, en Covaleda, nunca se ha realizado tal cosa de colocar premio alguno en la copa del mayo, si bien, algunas fuentes nos indican que en alguna ocasión si se realizó.

Esta tradición, recientemente declarada de interés turístico en algunos pueblos, se vuelve fiesta en algunos municipios, pero no es exclusiva de la comunidad castellanoleonesa y mucho menos de la zona de pinares, como ya hemos indicado anteriormente. Se da también en otras zonas de España (como el sur de Galicia, por ejemplo) y de Europa como símbolo de la fertilidad y de las fuerzas regenerativas de la naturaleza, en la creencia de que los espíritus arbóreos hacen prosperar las cosechas. Otros autores indican que el simbolismo es fálico, de hombría, ya que servía para demostrar que los hombres pasaban de niños a adultos.

 

Pinguemos los Mayos
Ya estamos a treinta
del abril cumplido;
alegraos damas
que el mayo ha venido.
Ha venido mayo,
bienvenido sea,
para que galanes
cumplan con doncellas.
Que por mayor era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor.
Cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor
cuando los enamorados
salen en busca de amor.

Ocurre que los tres elementos citados: vegetación, amor y fiestas se juntan y se confunden y los vegetales pasan a se símbolos amorosos y los amores se trasmutan en símbolos del esplendor vegetal, en múltiples fiestas de aire apacible. De aquí que este mes haya producido abundancia de motivos poéticos.

Entra mayo y sale abril
tan garrídico le ví venir.
Entra mayo con sus flores
sale abril con sus amores,
y los dulces amadores
comienzan a bien servir.

Cabe pensar, no obstante, como toda esta suerte de representaciones folklóricas con que se festeja tan importante efemérides anual, fueron de consiguiente no meros simbolismos o dramas alegóricos y bucólicos destinados a divertir a instruir a una audiencia rústica; sino conjuros aplicados al objeto de que brotase el verdor en los bosques, la hierba renaciese, los cereales germinasen y salieran y las flores apareciesen.

El ciclo de mayo

Las numerosas manifestaciones aludidas se entroncan en el denominado ciclo de mayo, espacio de tiempo comprendido entre mediados de abril y de mayo, aunque algunos folkloristas son partidarios de prolongarlo hasta el 24 de junio, festividad de San Juan (solsticio de verano), quedando de esta forma inmersos en el mismo proceso una serie de ritos y ceremonias encaminadas a conseguir la abundancia de cosechas, a celebrar el final del invierno o a festejar la recolección de los primeros frutos.

A la hora de indagar en su posible origen surgen opiniones para todos los gustos. La mayoría vincula su celebración con las teorías mágicas y animistas ubicándola en la Prehistoria: en el Paleolítico -los menos-, o en el Neolítico -los más. Otros son partidarios de una procedencia clásica, del mundo greco-romano: en particular de los cultos dedicados a Deméter, ceres (19 de abril), Pales (21), Robigo (25), Flora (del 28 al 3 de mayo), Maia (1º de mayo), etc. Tampoco faltan quienes lo asocian con la religiosidad de los pueblos celtas.

Lo cierto es que el carácter trascendental de tales rituales, que siempre acusan algo de orgiástico, por lo que implican de celebración de la llegada de la primavera, el rejuvenecimiento de los campos, el renacimiento de la vegetación y en la incitación tácita o ambiental a la fertilidad humana, ha propiciado su implantación universal al par que su supervivencia a lo largo de los tiempos.

Replantar el «mayo» y la gran prueba

El día último de abril o primeros de mayo, es costumbre festiva en muchos países europeos colocar en las plazas de sus pueblos o ante las iglesias, un gran árbol denominado «mayo», al que se adorna lo mejor que se puede.

En nuestra región castellano-leonesa corresponde a los mozos del lugar, y concretamente a los quintos, oficiar esta «reimplantación ritual» del árbol. Ellos son quienes, en reuniones secretas, deliberan y sentencian el mejor ejemplar (ya que cuanto más alto sea el «mayo» más bizarría y valentía tienen los mozos del pueblo), siendo igualmente quienes desde el monte deberán trasladarlo a su nueva ubicación.

Pero pingar el palo larguero se las trae. Los jóvenes se las ingenian como buenamente pueden, utilizando en el proceso: maromas y horquillas o escaleras, además de la suma de todos los brazos; afanándose por conseguir la verticalidad del «mayo», encajando su base dentro de un hoyo previamente realizado en el suelo y fijándolo en su estabilidad mediante cuñas de madera. Tan compleja ingeniería requiere, en los más de los casos, la demanda de refuerzos, lo que desata la ironía de las mozas:

Vítores a Mayo
que te empinaron,
pero fue con ayuda
de los casados.

Las teorías de culto animista dan en considerar al árbol como ser animado, teniéndolo por casa de espíritus de la vegetación y de la fecundidad. Cuando el hombre, durante el Paleolítico, es nómada tras las especies de caza, permanece en contacto directo con los bosques y con sus espíritus; mas, al hacerse sedentario (en el Neolítico), rodea sus poblados para defenderse, de potentes murallas, estableciendo una separación física entre su hábitat y sus bosques, entre su morada y la de sus numerosos protectores. Por ello, al ser los árboles morada de espíritus, con la llegada de la primavera, acudía al bosque y cortaba el árbol o rama donde se asentaba la divinidad, trayéndole hasta el poblado para plantarlo en su centro en la confianza sentida de que con la casa viene su morador a habitar nuevamente entre ellos, propiciando la prosperidad de las cosechas, la multiplicación de los rebaños y la bendición de las mujeres con hijos.

Asimismo, en muchos lugares de la región el árbol, una vez traído del monte es descortezado y untado de jabón o manteca para complicárselo aún más a los escaladores que pretendan encaramarse hasta su respetada picota con el claro fin de obtener los variopintos obsequios, allí colgados como desafío. Los mozos tendrán, pues, que demostrar su destreza trepando el «mayo» arriba al objeto de alcanzar tan ansiado objetivo, en un gesto de hombría que, en un planteamiento tribal, pudiera ser considerado como un ritual de iniciación o pasaje por el que el joven adolescente superador de tan difícil prueba merecería el privilegio de ser incluido entre los adultos. Las féminas lo saben y gozosas lo celebran en sus cantos:

Mozo ya llegaste arriba,
descansa un poco y sereno
que a las roscas de estas mozas
ya les puedes dar un muerdo.

Del mismo modo, a pesar de que la mayoría de las prácticas de la superstición popular parecen haber perdido su tradición; no obstante, encontramos aún vestigios de ellas como reafirmando ciertas teorías de que mantenían grandes relaciones con el culto a los poderes generadores que ha predominado generalmente en todos los pueblos…

Muestras de la región y de Soria

La tala y posterior colocación del «mayo» es tradición de fuerte arraigo en nuestra región. Quizá la sencillez del ceremonial (no exenta de múltiples variantes comarcales) ha contribuido de manera especial en su perdurabilidad y actualmente podemos comprobar la existencia de «mayos» en muchos de los pueblos de Castilla y León; sobre todo en los próximos a las zonas boscosas y en aquellos donde la emigración no ha devastado a la juventud, verdadero artífice del ritual.

Así, entre los muchos posibles, se rastrean testimonios de cierta influencia gallega -por colgar un pelele en lo alto- en la Maragatería y pueblos de la montaña leonesa, al igual que en la Alta Sanabria zamorana. Por Salamanca se localiza especialmente en la comarca de La Armuña. De Valladolid destaca el «mayo» de Iscar y los «mayos» palentinos se encuentran arraigados en la sierra limítrofe a León y en la ruta de los pantanos. En Burgos perseveran por la Ribera del Dueroy por tierras de Segovia prosiguen el rito pueblos como Fuentepelayo, Calabazas, Fresneda y Mata de Cuéllar.

Nuestra provincia de Soria también ha pingado los «mayos» por muchas de sus poblaciones. Destacamos entre todas ellas las comprendidas en la comarca de Pinares. Salduero lo levantaba el día 3, para no retirarlo hasta septiembre; y en Duruelo y Covaleda la costumbre ha declinado en los últimos años, bien que los respectivos Ayuntamientos siguen donando «mayos» a beneficio de los jóvenes. Es de reseñar con satisfacción como San Leonardo de Yagüe ha revivido esta tradición emplazando su izada en el primer día de mayo, fijándolo frente a la iglesia parroquial. Igualmente en Deza, rayana con Aragón, los quintos cortaban el «mayo» la noche del día 2, alzándolo frente a la ermita de San Roque y danzando en derredor.

Mayos extraprimaverales

Mención aparte merecen, desde nuestro punto de vista la pingada de los «mayos» en Vinuesa y San Pedro Manrique. En el primero de los casos dicha pingada, el 14 de agosto, es pórtico obligado a la fiesta grande de «La Pinochada».

Son dos largos y desnudos esqueletos de pino únicamente verdecidos en la copa, donde se ata una pequeña bandera, los que se plantan en tal fecha. el primero se ubica en la Plaza Mayor, presidiendo el escenario rectangular donde se desarrollará la danza ritual de las cofradías de la Virgen y San Roque. Corresponde al llamado Mayordomo de Propios su corta y posterior traslado hasta aquí. El otro «mayo» es pingado frente a la ermita de la Soledad y su selección es competencia del Capitán de la Cofradía de Nuestra Señora.

Otro tipo de «mayo», que queda, asimismo, fuera del contexto primaveral es el de la población serrana de San Pedro Manrique, que podemos considerar como un «mayo» de San Juan y cuya tradición aquí se superpone con el ciclo solsticial y la leyenda medieval. En tal ocasión se trata del alargado tronco de un chopo, cortado y traído arrastras desde una de las arboledas comunales. Los varones sampedranos le darán nueva verticalidad en la plaza del Ayuntamiento.

Remembranzas de «mayas» y enramadas

Mas, en San Pedro Manrique acontecen otras cosas que nos vienen al caso. Sucede que, el día 3 de mayo, a la salida de misa, mediante sorteo entre las jóvenes solteras de 18 a 27 años nacidas en la villa, se procede a la nominación de las tres «Móndidas». Y ello parece enlazar con una tradición muy extendida en España, y a menudo puesta bajo la advocación de «la Cruz de mayo», consistente en la elección entre las más hermosas de la «maya» o «mayas», que son tenidas por madre-tierra y a quienes celebran con el nombre de Buena Diosa. Aderézanlas con ricos vestidos y tocados, corónalas de flores y con piezas de oro y plata y trátenlas como a reinas y señoras, poniéndoles ornamentos de tales y detros en las manos, por que tienen el poder de la diosa Juno.

Cabe (por el momento de su elección, por su atavío festivo, porque marcan el atrio de sus casas con «mayos» plantados, y porque el significado de la propia palabra «móndida» como «virgen» o «pura»), pues, asociar a estas protagonistas de la sanjuanada sampedrana con los «mayos» o «mayas» antropomorfizados, que en nuestra provincia no parecían tener otra expresión que las niñas que por tales fechas, realizan su primera comunión, vistiendo de blanco y engalanándose con guirnaldas de flores.

Aún hay más. Como en Vinuesa, en San Pedro Manrique, junto al «mayo» totémico se propicia el encuentro, el canto y la danza de las parejas, lo que hace decir a Julio Caro Baroja: «El carácter escandaloso que tuvieron tales danzas y cantos de las mayas llegó a tales extremos que las autoridades eclesiásticas se vieron precisadas en alguna ocasión a tomar medidas severas. Pero no surtieron efecto, como tampoco lo surtieron otras enderezadas a reprimir la costumbre de celebrar los matrimonios simbólicos entre los mayos y las mayas».

Otras muchas cosas podríamos comentar al respecto del «mayo», motor de la celebración de fiestas, ritos y festejos. Anotemos como don la exuberancia vegetal de mayo se prodigaban asimismo en nuestros pueblos las enramadas. Aprovechando la noche los mozos colocaban una rama verde en el balcón o ventana de su preferida, y entre las que no faltaban los frutos y las golosinas. Esta extendida costumbre se originó probablemente de la creencia del poder fertilizador del espíritu del árbol.

El sincretismo de la religión cristiana traspolaría muchos de estos a su doctrina tal como ocurre con la colocación de los ramos en las casas el Domingo de Ramos, la bendición de los campos o plasmándolo en festividades como la Cruz de Mayo, San Isidro, etc., u organizando procesiones a ermitas próximas a algún monte, sin olvidar que mayo es considerado por dicha religión como el mes de María, personificando en la Virgen el espírrituque propicia el renacer de las flores.

Por todo lo tratado es fácil comprobar como la costumbre de los «mayos» en sus múltiples variaciones constatan la frescura de un ritual colectivo y de participación activa que comporta el reencuentro del hombre con la naturaleza.

El símbolo del árbol, en cuanto inhiesto y levantado sobre la horizontalidad, supone la gran expresión de esta actividad imaginaria, otrora vinculada a los ritos de regeneración de la vegetación y renovación del año. Pero resulta complicado para nuestra mentalidad moderna vislumbrar su sentido profundo o su razón de ser, aunque algunos etnólogos y simbólogos lo asocian con la dominante postural del hombre (su postura erecta), ya que junto con la dominante nutritiva (la ingestión) y la dominante sexual (el ritmo), constituyen los gestos primordiales en su intercambio con el entorno, encarnándose en los grandes esquemas y arquetipos. el hombre primitivo ante la experiencia primaria del cambio y del tiempo como cambio, tendría una lógica reacción de miedo y angustia. Ahora bien, tal experiencia primordial podría asumirla reactivamente, oponiéndose a su carga depresiva y transfigurándola en un sentido de victoria y superación de la caducidad mortal. Acaso así encuentre justificación esta reivindicación de la verticalidad, cuya aclaración precisa, en última instancia, se pierde por los vericuetos del inconsciente colectivo.

Júntense, pues, por mayo, todos los mozos de todos los pueblos, como ha venido siendo tradición inveterada, para reconciliarnos una vez más el espíritu de la vegetación acercándola al epicentro de la comunidad. Porque el «mayo», árbol verde rezumante de savia, trae al pueblo la nueva vida, para nosotros tan necesaria.

© José María Martínez Laseca

4 mayo «La pingada del mayo» en Covaleda

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